Todo lo que estamos viendo y se está diciendo sobre el affaire Pedro Sánchez es, siento decirlo, una americanada. Estamos ante la reproducción del discurso, de fondo claramente autoritario, del Partido Demócrata yanqui.
Al contrario de lo que sugiere la fantasía liberal, el problema no es el autoritarismo o la redacción de las leyes sino a qué clase social sirve todo. El autoritarismo sugerido aquí es dar mayores poderes a las instituciones dominadas por el PSOE hoy para fastidiar o molestar a "la ultraderecha". El elefante en la habitación es que Pedro Sánchez sirve al mismo amo que Feijoo. Esos poderes no servirán por tanto para mejorar las condiciones y situación de los trabajadores y los humildes. Serán más bien recursos adicionales para someternos.
Quienes desde la izquierda llaman a cerrar filas entorno a Pedro Sánchez y sugieren que es la forma de hacer avanzar las metas socialistas son tontos útiles, en el mejor caso. Se sitúan en el fin de la Historia y defienden el orden establecido como idéntico a la democracia o, incluso, el comunismo.
Esto en el plano práctico. Si vamos a analizar el contenido del discurso del PSOE y sucursales hoy, la cosa ya es una broma. Se nos dice que hay que defender a Pedro Sánchez porque no se puede tolerar que "se enfangue la politica". Enfangar a Sánchez es imposible. Él se zambulle en fango a diario. Pero sale con el traje limpio, claro.
Pedro Sánchez es el político más brillante salido de las entrañas del Régimen del 78. Un perfecto animador de eventos en medio de una politica vasalla en la que no se decide nada.
La idea de un Pedro Sánchez dolido por las maniobras e intoxicaciones de la derecha es una mentira tan obvia y colosal como que el problema de la politica española es "que se grita mucho".
No creo que Pedro Sánchez necesite nuestro apoyo y comprensión tanto como que seamos auténticos idiotas. Y con este affaire están exhibiéndose muchos idiotas.
Creer en la historieta de Pedro Sánchez, en definitiva, es creer en el Régimen y la posibilidad de reformarlo. Y sobre todo creer que la política es un juego de niños y no el campo de batalla que debemos conquistar por la fuerza.